domingo, 20 de febrero de 2011

MI GUERRILLERO VIEJO

cuento: Franz Sánchez


El veterano gallo moro ha entonado el amanecer, mis abuelos lo han amarrado con una corta pita junto a la puerta del dormitorio, para saber la hora. Es muy temprano y el frío se escabulle bajo las frazadas. El albugíneo de nubes, que se acomodan para dormitar sobre el pueblo, va levantándose, sin apuros, lentamente.
Mi abuelo se ha sentado sobre la cama y se dispone a rezar, como cada mañana. Luego alista su pantalón, se coloca un chaleco grueso de algodón, y con una boina azulada, cubre su cabeza. Cada movimiento deja percibir una ferviente meticulosidad que se aproxima a un ritual. Lo observo, y aunque no entiendo nada, no dejo de conmoverme cada instante. “Franz, ya, vamos” me dice, con la convicción de haberme despertado.
Entre el “sello” y la “canga”, pasando por el “rayuelo” y el “kiwi”, he olvidado por completo que hoy mi abuelo va de cacería, y además que voy con él. Coge un rifle ya raído, que la noche anterior sumergió en petróleo. Después, enfunde al cuerpo una doble estola llena de cartuchos rojos y recoge del suelo, dos fustes que sujetan una abultada trama de hilo negro, muy fino, pero resistente.
Al final del zaguán nos despide mi desconsolada abuela. He visto sus ojos húmedos, preocupados por mí. No quiero ir. Espero a mi abuelo, deseando que cambie de opinión. Pero él ha determinado otra historia. Entonces finjo ánimo y tomo su mano. Pero de inmediato, él la suelta.
Mi abuelo va adelante con un gesto duro y seco, carga el rifle, los cartuchos, una cantimplora, la malla para pajaritos y una ligera mochila. Yo traigo el jebe, y en mis bolsillos tengo piedras que pretenden hundir mi pantalón.
Aunque no conozco ninguna guerra, más que la del afiche de mi padre, aquél que está pegado en la pared del depósito -un inmenso helicóptero y soldados usando máscaras antigases- hoy me siento en uno de ellas. Un conflicto terrible, y muy enrevesado, el de acercarme a mi abuelo.
Él, da la impresión de ir también a una guerra, pero diferente a la mía. Mi abuelo tiene su propia pugna, encontrarse él mismo después de haberse buscado siempre, en tanto tiempo. Parece vivir su recóndita revolución, su insurrección personal. Estampa al paisaje, la silueta de guerrillero anónimo.
Hemos atravesado la llanura de la campiña. Nunca vi un camino tan iluminado, que ciega los ojos y los sentidos. Me es difícil seguirle el paso, y él no voltea a verme. No sé si escucha mis jadeos, el viento silba en los tímpanos y el polvo rasguña el rostro. Llega al final del collado, otea alrededor y borronea una sonrisa debajo del acantilado de su bigote. “Allá, lejos está” fue lo último que recuerdo haber escuchado.
He visto el pueblo, se parece a un turrón de leche, como los que mi abuela corta sobre la mesa, con lados iguales, cuatro esquinas rectas que delinea con el cuchillo. Me ha dado mucha hambre.
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El sol azota con sañudos latigazos mis hombros y la espalda, deseo recostarme sobre la pampa que hemos divisado. Mi abuelo inicia el descenso. Aún queda duradero itinerario.
Camino sobre brasas. Lejanas vacas al pie de la sombra de los árboles, me recuerdan cuan vulnerable somos ante el cielo.
Pienso una y otra vez cómo hablarle a mi abuelo, que enmudeció desde hace mucho. No se me ocurre nada, y lo que se me pueda ocurrir, de seguro interrumpiría su vehemente marcha.
Su decisión y talante, me han inspirado, a pesar que no tengo aliento, trataré de hablarle. La próxima curva le diré que me gusta pasear con él. No, mejor le preguntaré cuánto falta, pero podría enfadarse. Ya sé. Preguntaré si tiene hambre, luego abriré el bolsillo de la mochila y cogeré el poro-poro que guardó mi abuela, lo partiré en dos mitades. Será un excelente pretexto para entablar diálogo. Eso haré.
Parece haber escuchado mis adentros. Se detiene, y yo voy a decirle que… Un balazo me sacude el cuerpo y atraganta mis palabras. Le ha dado un tiro con increíble acierto. Mi abuelo corre, yo también. Llegamos hasta un enorme pugo de pecho abultado, tendido en el piso. Muere resistiendo su suerte. La cabeza está destrozada y yo he tenido pena. He querido llorar, pero mi abuelo no perdonaría que lo hiciera. “Agárralo” manda. Y así lo hago.
Unos kilómetros más allá, he comido por vez primera una paloma. Mi abuelo improvisó una tienda de campaña e hizo una fogata. Ha sido todo, el almuerzo hizo más mudo nuestro viaje. A esa misma hora imagino los manjares en la mesa de mi abuela.
Llegamos hasta una cruz blanca en la cima de un despeñadero. Mis labios están partidos y resecos. El terreno árido del peñasco muestra a nuestros ojos, dos sombras diferentes que han llegado a la misma meta. Una de ellas desgastada pero de contornos marcados, y la otra acaso nueva, está difuminada. Él y yo parados frente al lugar que mi abuelo no deja de admirar. Siento fuertemente que enorgullezco al veterano. Y un torrente de aire fresco, alivia nuestros rostros lacerados. Ahora sé que no temo a nada, tampoco a nadie.
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Lo he visto bajar por un camino empinado y delgado, no sé si sonríe, pero creo que ha dejado la pesada carga de sus años en aquella cruz de la cima. Quisiera poder decirle que lo quiero y que admiro mucho su carácter. Así lo haré.
Tal vez los dos necesitábamos este viaje, puede ser que mi abuelo pretende acercarse más hacia mi. No lo he comprendido, pero a medida que sigo sus huellas marcadas en el camino, me alegra saberlo. Y no entiendo por qué tantas preguntas revolotean mis pensamientos. He sentido un cosquilleo en el pecho, y lo atribuyo al hecho de sentirme un hombre, que he dejado apenas en un par de kilómetros mi incómoda infancia. Y quién la necesita. No la quiero más conmigo.
Hemos llegado a un lugar, que mi abuelo ha dicho, se llama Huañambra. Me ha pedido, con voz muy grave: “Encárgate de la malla”. Voy de inmediato. Levanto con dificultad los postes de la red. Me he dado cuenta que es larga. Mi abuelo mira la trampa, y luego se acerca. Me ha recomendado que la temple.
Escuché dos disparos, mi abuelo ha cazado unas vizcachas. Es muy buena su puntería, cada vez que oigo el rifle, sé que algún ser vivo acaba de convertirse en alimento. Ya no me apena tanto, sé que el hombre tiene que agenciarse de su entorno para sobrevivir.
Luego de instalada la malla, hemos corrido por los costados, o como dice el viejo, por los “cantos”. Tiramos piedrecillas para asustar a las aves de los árboles y dirigirlas a la trampa.
Han pasado un par de horas, y hemos guardado absoluto silencio, para no espantar las aves y también para no perder la costumbre. Nos acercamos a la red y comenzamos a desprender de los hilos, huanchacos desprevenidos que han llegado a caer en la trampa. Mi abuelo observa cómo recojo los pajaritos. Ha cambiado su rostro y se ha puesto muy serio, se ha dado cuenta que en lugar de desenredar, estoy atando más a los huanchacos con la red. Me puse nervioso al saber que no me saca los ojos de encima. Mis manos se sacuden y la pequeña ave me picotea con furia.
Mi abuelo acaba de gritarme, me ha dicho inútil. Sus palabras me han devuelto, de un tirón, a un estado miserable de mi vida. En verdad me he vuelto torpe y no sé que hacer con la pata atascada del huanchaco, que sigue ensangrentando mis manos. El cielo hace rato se congestionó, nubes amoratadas han aparecido sobre nuestras cabezas. ¡Demonios! No puedo hacer bien el trabajo, mi abuelo sigue gritando, y ahora se aproxima.
He cogido fuerte el pico del huanchaco porque me ha lastimado las manos. Lo he sujetado con mucha rabia. Mi abuelo se ha parado en frente y antes de poder decirme algo. Truena el cielo, y cae un rayo.
El sonido ha sido el peor que escuché en mi vida. Una descomunal fuerza ilumina todo lo que está alrededor. Me he quedado ciego, abracé la red con mucha fuerza, y caí con ella.
Se desata una lluvia de súbito, el viejo tiende su mano para levantarme. Ni siquiera se asustó, está impávido, con la expresión serena. He visto en mi mano como he matado al huanchaco, por el temor del rayo. Ya no le importa a mi abuelo y abandona la red. Se ha dado cuenta que es muy tarde, porque de inmediato alista la retirada.
Tiendo a resbalar, una y otra vez.
Acompaña la huida, el aroma húmedo de la tierra, al mismo tiempo que nuestras ropas empapadas, han mojado nuestro cuerpo.
Se oscurece, no puedo distinguir las sombras que nacen de los zarzales. Pero camino con pundonor. Recuerdo el fogón donde oreábamos nuestras manos, junto al gato tiznado de mi abuela, que ronronea más fuerte, ahora. Alivio mi frío.
Es increíble saber cómo, a veces, cuando premeditas las formas de estrechar más los lazos con alguien que amas mucho, terminas completamente distanciado de la hazaña. La conexión, entonces, tendrá que ver con el fortuito discurrir de circunstancias no planificadas. Mucho tiempo después lo supe.
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Ha dejado de llover. Los claros, derrotados ante la oscuridad, no tienen más remedio que añadir a sus tonos pastel, memorias. Es por esto que los recuerdo, diáfanos.
Avanzamos en la penumbra, sin hablar, envueltos por una suerte de alegría pesada, fatigados, desgarrados pero felices, amargamente felices.
Al borde de la carretera, enrumbamos camino llano. Nuestro andar, muerde piedras y tornase fangoso. En más nada que el silencio, rompe los hilos de nuestra virtuosa calma, un alarido. Parecido a un aullido pero grueso, como de un animal grande, diría bramido pero aquél fue una mezcla de gruñido y gemido, tenebrosamente horrible.
Solo puedo describir el miedo que sentí, como una helada navaja, punzándome finamente la espalda. Helando mi rostro y paralizando cualquier visaje.
El grito, vuelve a golpearnos de espaldas, ahora más intenso, rebota en las peñas y se multiplica por decenas. No pretendo delatar mi temor, es por eso que estrangulo mis dedos, para no sacudirme. El miedo desdobla sus siniestros pliegues, sobre nuestra retaguardia, desde la nuca hasta los pies. No le puedo hallar explicación. Tan pronto espantados, apuramos el trayecto, mi abuelo me toma de la mano, y yo lo siento rígido.
“Nunca te vuelvas hijo, nunca” susurra, su voz le tiembla. Por las sombras no puedo distinguir la expresión de su rostro. Imagino que ha de ser espantosamente serena, con una respuesta improbable ante el temor.
Me tomó de la mano hace mucho, y no sé si lo mojado de los dedos sea producto del miedo mío o suyo. Pero me alivia pensar que le pertenece a medias, que compartimos lo mismo, que lo sentimos los dos.
Nos alumbra una luz como de linterna a unos metros, el fulgor viene dibujando curvas, y en unas dos, la encararemos. De repente en la última curva que vemos de la luz, llegamos a encontrarnos con la nada. Y aquí mi abuelo grita: “Shapingos, qué quieren” “Vengan, porque no les tengo miedo” “Cobardes”.
Estoy seguro que aquellos gritos sacudieron los cerros, y resonaron en el campo, metiendo dentro de sus camas a los pocos curiosos que viven allí.
Mi abuelo me ha enseñado a temer, pero no por mí. A tener miedo de no proteger a quien amo. Que sin saber con quién enfrente, eche pelea. Porque valeroso, no es enfrentar lo conocido sino dar batalla a lo que falta conocer. Y en esa misma esencia, me doy cuenta que sabe él de mi valentía y que aprecia el haber querido conocerlo más. Siempre fue para mí un eterno viejo desconocido. Un auténtico guerrero, que me trajo a salvo para la casa. Y que cuando, sentados en la mesa, abrigados por el calor de mi abuela, bebíamos café molido y comíamos cachangas; cerró un ojo y me guiñó. Esta vez como un eterno niño que ahora conozco.
Lima, miércoles 15 de julio 2009

LA TAHUALPA Y SUS LLANTAS

CUENTO: Franz Sánchez Cueva

Definitivamente, Franz Sánchez deja de ser una promesa para convertirse en una hermosa realidad. Su prosa ágil y moderna dará mucho que hablar en un futuro cercano. CPM se enorgullece de tenerlo en sus filas por la hondura de su crítica y por una línea comprometida con Celendín y su problemática. El cuento “La Tahualpa y sus llantas” pinta el surrealismo cotidiano que se vive en nuestro pueblo, con sus pequeñas luchas por la supervivencia en un estamento al que quizás pocos hacen caso: En el de los cargadores de bultos. (NdlR)

La Tahualpa y sus llantas

Por: Franz Sánchez

En medio del silencio pueblerino. Un pitido alerta a los bribones. Se oye claramente cómo cobra fuerza a medida que se aproxima. Todos han parado la oreja. Nadie respira, ni exhala; y si pudieran contener el latido de sus pechos, seguro que lo harían.
La desértica plaza parece estacionada en el tiempo. Cada vez más cerca, el pitido zumba en los oídos de todos. El ruido de un motor origina murmullos en la esquina. De súbito, alguien grita frenético: ¡La Tahualpa!
Corren todos empujando sus rústicas carretillas. Se precipitan, únicamente guiados por sus instintos. Van a la esquina de la vieja calle Gálvez. Atropellándose, unos y otros, de prisa galopan. La estentórea estampida ha roto la quietud y calma. Un remolino de empellones y zancadillas, enrolla entre las ruedas, cuerpos magullados por decenas. El saldo de aquél rally improvisado, es muy accidentado. Carretas colisionadas, desastilladas, destruidas por pedazos. Quizá sirvan como leña para el chocolate de las seis de la tarde.
Algunos han sacado ventaja desde la partida. Otros han sido rezagados, igual que Rojas.
Rojas, es un hombre de reducida estatura, andar dificultoso; por culpa de su pierna zurda. El hablar, acelerado y confuso se debe a su tartamudez. El carretillero Rojas era siempre el favorito en las apuestas. La simpatía desbordada por sus fanáticos, que se contaban por docenas, conseguía que el carretillero restara importancia a sus limitaciones físicas. Casi siempre terminaba olvidando que una de sus piernas era más corta que la otra. Se lo veía, balancear empeñoso a la meta. Pero a pesar de todo el esfuerzo demandado, nunca pudo seguir el paso a sus contrincantes.
Cuando el bus de la empresa Atahualpa aparecía en la plaza; Rojas se obligaba a tomar un atajo, cortándola por la mitad. Su singular forma de correr, arrancaba las carcajadas de oficinistas de la empresa, familiares que aguardaban por sus pasajeros y curiosos que acudían puntuales a presenciar, efusivos abrazos y llantos con sabor a reencuentro.
La esquina entre Pardo y Comercio, se transformaba en escenario novelesco, de expresiones dramáticas, de encuentros postergados por el tiempo, de perdón por adioses jamás declarados, de lamentaciones por haber dejado el terruño, de lágrimas de tristeza y alegría por el retorno. El ocaso del día, con sus entrañables arreboles incorporaba pinceladas poéticas al frío lienzo de la realidad. Era un lugar de mil y un historias. Los carretilleros, que recibían ansiosos al pasajero para trasladar sus equipajes hacia su destino final; se convertían en mudos testigos de centenares de relatos. Había tanto que contar.
Siempre y a la misma hora, el pueblo se conmocionaba con la llegada de la Atahualpa. Un retraso en la arribada del bus y el pánico se volvía general. No existían taxis. Ni unidades de transporte menor. Tan solo las carretillas. Los carretilleros solucionaban las angustias del fatigado pasajero. De allí que se destaca su importancia. Su papel era fundamental.
Tanta seriedad exigía su labor, que las carretillas, en principio someras; de madera morigerada, de clavos herrumbrosos y retorcidos. Se volvieron auténticas unidades de transporte. Colocaron en ellas, tablones reforzados y resistentes, llantas revestidas con recio jebe. Al extremo, construyeron pequeñas cajitas que llevaban el apodo del conductor o propietario: transportes “el breve”, “el buen cholo”, “el shilico”, “el milamores”. O una frase emblema, para intimidar a la competencia: “Muérete con tu envidia”, “No me odies por ser mejor”, “Que Dios te ayude”. Estas decoraciones en las carretillas, también servían para convencer al pasajero a la hora de escoger su transporte.
La carretilla de Rojas, discretamente decía: “Trazportes Rogas”. Las letras, también rojas, daban la impresión de estar estampadas con las mismas huellas digitales de Rojas. Cualquiera diría ello. Pero quien conocía de su analfabetismo, sabía también que fue socorrido, aunque de mala forma. Socorrido.


La vida siempre confabuló contra Rojas. La cojera, que hacía lento su desplazamiento, y su hablar, por poco indescifrable; lo mandaban de retorno a la lejana casa donde vivía. Con la carretilla vacía, vacío el bolsillo y por qué no, también el corazón. A pesar de todo, la gente ansiaba verlo correr. Era un privilegio la expectación de suceso tal. Un momento único. No podía desapercibirse. Hasta le hacían barra.
Allí están, nuevamente alentándolo, más por chanza que por convicción. Rojas, animado por la batahola, esquiva el montículo desperdigado de cuerpos y carretillas rajadas. Resuelto, respira la nuca del líder, evitando derrengarse corre convencido de alcanzar, por vez primera su meta. Ha exigido al límite sus facultades. Su rostro escarlata supura coraje. El pitido cercano, despeja cualquier duda ¡Es un claxon! No vale estancarse. El motor ruge como un helicóptero; es la Atahualpa. El carretillero líder se detiene. Las llantas de su carretilla, despiden un trazo indeleble en la pista. Rojas lo ha rebasado. Increíblemente, es él ahora, líder indiscutible. A cortos metros de la esquina de Gálvez; Rojas ha detenido su avispada marcha, tras escuchar risotadas. Gira titubeante. Mira a sus émulos derrotados, pero éstos desatan carcajadas y burlas. Ha sido engañado. Cuando lo comprende, observa que un carro destartalado semejante a un escarabajo, cruza la calle con dilación excesiva. No puede creerlo. El sonido no puede provenir de éste escuchimizado vehículo.
Avergonzado y más cojo, retorna. La cabeza clavada en el suelo. Arrastra la pesada carretilla de vuelta a la esquina del Comercio. En esa infame circunstancia; una avalancha humana acaba de sumergirlo dentro del polvo tupido. Todos arrollan a Rojas. Tendido, bajo su carreta, golpeado y muy adolorido recibe pisotones en las manos y en los pies. Extrañamente todos retoman la carrera con dirección a la Gálvez. Aturdido. Le cuesta trabajo incorporarse, después de haber servido como alfombra. Yergue la cabeza y atestigua, el momento preciso en que ingresa la Atahualpa. Enorme, veloz, con gran ferocidad, deja lengüetear el polvo a todos esos oportunistas. Los carretilleros persiguen su rastro alrededor de la plaza. Es en vano. Él observa, maravillado, como todas las veces. El estruendoso rugir de motores engalanan la titánica armazón. Como un furibundo león que persigue a su antílope. Implacable en su marcha. Atraviesa el ayuntamiento. Algunos pedazos de papeles, inoportunos en su camino, han elevado su rumbo. La polvareda a tutiplén amenaza ser tornado. La mágica figura del rostro de Atawallpa, último emperador Inca, se funde con la carrocería; en un bólido impetuoso.
En verdad, la dinastía incaica parece reclamar sus dominios. No es un simple bus, es casi un emisario de la sangre real. Ningún mestizo intenta, siquiera, obstaculizar su paso. Nadie tiene las agallas. Ni siquiera podrían sostener la mirada, frente a la colosal máquina. Pero la vida tiene preparados distintos designios para nosotros. Y traza una etérea línea, a la que pocos atrevidos, pretenden cruzar. Porque no pueden, no quieren o porque no la ven.
Rojas se ha detenido en la esquina. Desertor de una carrera, que sabe, no ganaría. Ha decidido ir a su encuentro, cara a cara. Espera completamente paralizado, con la mirada puesta en los amplios ventanales frontales de la Atahualpa. Ha transpuesto la línea.
La tracalada de carretilleros, tragan humo, pero no se rinden en el intento de traspasar al bus. Están muy cerca. La Atahualpa, juega con ellos, reduce la marcha y deja que sientan por breves periquetes, el sabor de la gloria. Pero luego, aprieta el rumbo y les deja otro sabor, uno que despide el tubo de escape.
Esta rara convicción de los carretilleros, de alcanzar la velocidad del bus. Tiene que ver y mucho con la ilusión de fusionarse, carreta y hombre, en uno sólo. Tomando la idea del hombre como propulsor del movimiento de la nueva aleación.
Cuando creen haber alcanzado la monumental maquinaria. Jadeantes, cuadran sus carretillas. Sin embargo. La Atahualpa, como en vuelta olímpica, subraya su victoria con un giro más, alrededor de la plaza. Y allí van los muchachos, persiguiendo sus ideales, detrás nuevamente.
Rojas, desconcertado cierra los ojos. Y para darse más ánimos, se arrodilla en el piso de la esquina. Sabe que llegó el momento de confrontar a la temible bestia. Emulando, ciertas prácticas salvajes, toma la carreta como un capote. Y grita ¡Aja! La Atahualpa, parece haberlo visto. Arroja humo de sus fauces. Finalmente, embiste. Acelerando.
Toda la envergadura del bus, se aproxima. Rojas, en estado pétreo, aguarda, temiendo lo peor. La gente grita, queriendo indicar la cercanía del carro, pero resulta una confusión de palabras. Empieza un griterío, que enmudece, quizá por el inclemente bramar del bus. Las señas del chulio, piden quitar de en medio al sujeto. La Atahualpa es ahora, una locomotora sin frenos.
Rojas abre los ojos y mira con horror el furioso hocico del bus, ya detenido en sus narices. El chofer, baja descontrolado y lo sujeta del pescuezo. Le increpa, pide explicaciones de tan estúpida acción. Rojas balbucea: ¡Pa, pa, pa!
Los pasajeros, descienden preocupados por el muchacho. Uno de ellos, viste atuendos elegantes, usa un sombrero de ala ancha, el bigote grueso y cano; además lleva unos botines pardos. Se acerca y le pide amablemente al conductor que lo suelte. Mira al paticojo como queriendo comprobar su estado. Rojas expresa inquieto: ¡Pa, pa, pa! El hombre se compadece, mira alrededor y pregunta: ¿Alguien conoce a su padre? Pero los demás carretilleros están más preocupados en llevar los bultos de las personas, y lo ignoran. Sin respuesta, levanta al joven, y oye nuevamente: ¡Pa, pa, pa! Acerca los oídos y escucha la frase completa: ¡Pa, pa…ro, paró! ¡Paró! Lo cual arranca una sonora risa.- Sí muchacho, el carro paró, pero yo, no estaría tan seguro la próxima- sentencia, el hombre.
Descargan muchos paquetes de aquél hombre. El próspero sujeto, mira a Rojas y le dice: -¿Quieres ganarte una propina? – Rojas asiente con la cabeza y alista de inmediato su descompuesta carretilla. Muy a pesar de todo, el día, en su agonía, promete.
El cojo Rojas lleva la carga, que en un par de cuadras, lo ha sofocado. El hombre va adelante. “Apúrate muchacho, en casa me esperan con mi chocolate y mi harina” dice alegre, mientras aligera el paso. Rojas tiene la seguridad de que aquél paisano, le dará una jugosa propina. Sus brazos y pantorrillas opinan lo contrario.
Al cabo de varios minutos. Rojas se percata que están camino a Candelaria. El hombre sigue en frente silbando una vieja tonada, que da la sensación, es un aviso del retorno del hijo pródigo.
Los bultos se mecen al compás del desnivel de piernas. En cualquier momento, la carretilla se inclinará al lado más débil. Rojas teme una volcadura. De golpe. La detiene. No puede más. Está muy pesada. Están muy lejos. Pero se contradice. La vuelve a levantar y cae, a su izquierda. Con la chueca. La imperfecta. Ha tirado todos los bultos al suelo, junto a una acequia.
Los grillos, frotan sus patas provocando un delicioso sonido. Es sin dudas la hora del lonche shilico. Se pueden sentir los aromas en los fogones. La calidez orgullosa del chocolate. La taza llena, humeante y espumosa. El queso terso y saladito. Las rosquillas que se desmoronan, arenosas entre los dientes. Y la harina, que acalla cualquier intentona de conversación. Si hay un momento más propicio para sentirnos eternos shilicos, ésa es la hora del lonchecito.
El hombre espantado, voltea a ver sus equipajes desparramados. Molesto, dice: ¿Pero que clase de servicio es éste? ¡Vamos hombre recoja los bultos, que ya es la hora del lonche! Pero por el contrario, Rojas solamente recoge su carreta y comienza el retorno al pueblo. El furioso señor grita: ¡Oiga! ¿Es usted sordo? ¡Me voy a quejar con la empresa! ¡Les voy a decir que su transporte es una porquería! A lo que Rojas contesta lejano: ¡Si y di dígale también, que que me inflen bien las llantas, las dos por igual! ¡Sino no no llegamos ni, ni a la normal!.

viernes, 7 de marzo de 2008

CARNAVAL.....TODOS QUIEREN EL SILULO

Por Jorge A. Chávez Silva “Charro”
Hemos leído en Internet que los hermanos de la provincia de Cajabamba reclaman como suyo nuestro Carnaval de Celendín y que incluso señalan, como supuesto autor, al compositor Guillermo Moreno Graus. A los celendinos no nos molesta que se diviertan con la sabrosa música nuestra, ya sea en Cajamarca, en donde, ante la monocordia de sus propias coplas, de La Matarina, al Silulo lo han convertido en símbolo e ingrediente principal de la “Capital del Carnaval”, o en Bambamarca, donde también lo tocan mucho y con algunas variantes, o en Cajabamba, donde peregrinamente algunos quieren tildarlo de Carnaval Cajabambino.Los celendinos no somos egoístas, que al Silulo lo toquen donde quieran, en Lima, en China o en la Cochinchina, pero, por favor señores, que se mencione siempre su cuna y procedencia.Consultado sobre el caso, nuestro arqueólogo Moisés Chávez Velásquez nos ha precisado que la tonada del carnaval celendino es anterior a la guerra con Chile y que pertenece a la inspiración del shilico Eusebio Baella Díaz “El Negro”, cuya letra original insertamos para conocimiento de los amigos cajabambinos:
"LA PATOTA" óleo del "Charro"

CARNAVAL DE CELENDIN¡Ya viene el carnavalito, siluló,después de haberse paseado en Llanguat!¡Ya llega el carnavalito, siluló!Por la cuesta de Shururo, ¡guayluló!¡Arriba, caballo blanco, siluló!¡Sácame de este barrial, guayluló!CORO¡Chilalito, chilalón,qué bonito el carnaval!¡Chilalito, chilalón,qué bonito es Celendín!¡Porque se juega y se baila, siluló.con guitarra y con cajón, guayluló!¡Unos ojitos he visto, siluló!¡Por esos ojitos muero, guayluló!Me han dicho que tiene dueño, siluló…¡Con dueño y todo la quiero, guayluló!¡Arriba, caballo blanco, siluló!¡Sácame de este barrial, guayluló!
Como se puede apreciar en la letra no se menciona al Cumbe, ni a Santa Polonia, ni a Cajabamba, ni al valle de Condebamba ni a ninguna cuesta de las hermanas provincias que quisieran ser madres de nuestro carvanal. Que esto aclare la confusión. Porque ya está bueno. Es de preguntarse, ¿dé donde les viene este querer apropiarse de nuestro himno? Ya parecen Chile con el pisco...Los hechos. En 1911, siendo alcalde de Celendín don Darío Merino, organizó la primera banda de músicos con instrumentos de metal y contrató como instructor nada menos que al maestro cajabambino Guillermo Moreno Graus, quien para enseñarla a sus pupilos, transcribió la tonada -que hasta entonces se tocaba de oído, con flautas, acordeones, violines y guitarras- al pentagrama musical, separándola en partituras para cada instrumento. El problema es que luego no pudo contenerse y cayó en la tentación: no tuvo empacho en estampar su nombre como autor de la música. Ahora nos preguntamos si no tendrá parientes, o maestros, en Cajabamba, el amigo Bryce...
Figuran entre los músicos: César Díaz Dávila, Julio Díaz Dávila, Absalón Chávez, César Silva Cambeiros, Francisco Velezmoro, el "Patazas" Muñoz, César Cruz, Humberto Beltrán, el "Ishco"
A propósito de Bandas, insertamos esta hermosa fotografía de la Banda Popular “Celendín”, data de los cincuentas en que era director el maestro Luis Galarreta, la misma que amenizó cuántas corridas taurinas y nos deleitó con sus aires en las recordadas “retretas”.

DON ARISTIDES MERINO MERINO

Don Arístides Merino se encuentra sentado de pantalón color blanco, con la promoción PARTA del Javier Prado...
El gran visionario¿Quién en Celendín puede olvidar la figura inconfundible del gran maestro Arístides Merino Merino? Su andar de grillo cojo era parte del paisaje en las calles rectilíneas del pueblo, de la ciudad que tanto amó, capital de la provincia a la que dedicó su vida y sus energías.
AMM, sentado, con pantalón color claro, con la Promoción PARTA del colegioal que le dedicó su vida, el "Javier Prado"
¿Cómo no recordar la amenidad de sus clases de Historia Universal? La conocía de memoria y narraba como si se tratara del guión de una película en la que podíamos sentir el paso y hasta el aliento de personajes como Milcíades, Homero, Alcibíades, El Archiduque Francisco Fernando y su audaz asesino Gavrilo Princip, Stalin, Churchill, Roosevelt y toda la galería de personajes que movieron el mundo , a quienes describía como si hubieran sido sus conocidos.En esa época en que las metodologías educativas se basaban en el dictado de clases, lo hacía como si estuviera hablando en soliloquio, lo que hacía difícil seguirlo y muchas veces, cuando ya sonaba el timbre del cambio de hora, lo perseguíamos por el patio, preguntándole:-¿Qué fue lo último que dictó, profesor?-¡Ma!...¿Qué desde que se conoció el petróleo el mundo anda sobre ruedas, hombre! Y allá iba rumbo a otra aula a proseguir su trabajo.Personaje respetadísimo por toda la población, todo era saludos y venias de cortesía a su paso, homenajes a los que respondía con toda humildad, inquiriendo por la salud de los familiares del ocasional transeúnte ,interesado como estaba por el bienestar de todos.Nasho colosal, era un inveterado asistente al cinema. No se perdía una película. Tanta era su afición que tenía un asiento favorito desde el cual podía espectar la obra con comodidad. Todos los que lo conocían se cuidaban de ocupar el dichoso asiento: pero si algún despistado lo hacía sin intención, aparecía de pronto el profesor Arístides y lo conminaba:-¡Ma!... ¡Ya te sentaste en mi sitio!...¡Quita, quita, hombre!El interpelado, rojo de vergüenza, tenía que hacer sentido abandono de su lugar en medio de las disculpas del caso. Cuando la película no colmaba las espectativas del ínclito profesor, salía farfullando:-¡Ma! ¡Este "Coche" Jave nos acabó de engañar, hombre!Don Arístides Merino nació en Celendín en 1905 y desde joven tuvo grandes ideas y anhelos para Celendín. Se inició en la docencia en el entonces Colegio "Celendín" del cual fue docente fundador. Luego, ya con carácter oficial, pasó a llamarse "Javier Prado" y posteriormente GUE "Coronel Cortegana" en donde se jubiló luego de sobrepasar en mucho su tiempo de servicios.Don Arístides era un convencido del potencial intelectual de los celendinos y le preocupaba que muchos intelectos se perdieran por falta de medios o de oportunidades, eso lo motivó a una labor incesante de conseguir para los jóvenes centros educativos en donde pudieran formarse. Fue gestor de la creación del INA Nº 38 en 1959; de la Escuela Normal Mixta en 1060 y del IPRC en 1065. De esta manera logró que muchos jóvenes desarrollaran su intelecto y dieran renombre a Celendín.Aparte de su quehacer educativo integró diversas comisiones de celendinos que buscaban mejoras en la población como el agua potable y desagüe, la electrificación, etc.Formó parte del grupo de estudio de factibilidad de creación del Departamento Nor Oriental del Marañón con su capital Celendín, extendiendo su jurisdicción a las provincias de Bolívar en La Libertad y en otros distritos de Amazonas, de clara influencia celendina. Desgraciadamente sus proyectos fueron bloqueados por los parlamentarios cajamarquinos, amazonenses y liberteños que vieron con mucho recelo los afanes de crecimiento celendinos: sobre todo los primeros que siempre lucharon por predominar sobre Chota y Celendín.Era proverbial su camaradería con sus alumnos. Se cuenta que en una oportunidad estaba realizando evaluación oral y le preguntó al “Coche” Diego Merino:-¿Quién descubrió América antes que Cristóbal Colón?El interpelado, que estaba en la luna, inmediatamente miró a las vigas y aguzó los oídos esperando que alguien le soplara la respuesta. Un compañero le dijo en voz baja : “Erick el Rojo”El "Coche", que apenas había oído el soplo, contestó:-Ariche, el Cojo.-¿Ah? Muy bien, hombre, tienes 20 -luego, meditando un poco, prosiguió-: ¡Ma! Creo que este me está engañando...Le preocupaba la apariencia física e intelectual de Celendín, por ello lo mortificaba el hecho de que el corresponsal del diario "El Comercio" fuese Napoleón Sánchez Urrelo, el popular "Tagaga", a quien no consideraba idóneo para el cargo y trataba de convencer a varios intelectuales jóvenes para que asuman la responsabilidad, en lugar del referido periodista que se ufanaba como pavo real de su “altísima corresponsalía”.Fue tan importante la huella que dejó y la devoción que tenía el pueblo por este visionario ilustre, cuyo nombre ostenta hoy con justicia el Instituto Superior Pedagógico "Arístides Merino Merino" de Celendín.

CRISTOBAL LLEGA A LA FIESTA...


Por Jorge A. Chávez Silva, Charro
Entre los deportes que se practican en Celendín hay uno que tiene perfiles propios y muchos cultores. Este deporte es el paracaidismo. No aquél en que uno se tira desde un avión en vuelo, sino el otro, ése que sabemos.
El estilo es el hombre...
En la práctica de este deporte uno se juega la honra y a veces la cabeza. Hace falta una gran dosis de ingenio y desparpajo para no caer en lo vulgar. El que carezca de estos ingredientes, sea hidalgo y espere tranquilo en casa a que la buenaventura o el buen humor de la gente lo invite a una fiesta.-¿Fiesta? ¿qué fiesta?Si, amigos. El paracaidismo en Celendín, en la China y en la Cochinchina es el arte de caer en una fiesta a la cual uno, por olvido involuntario del dueño de casa, no ha sido invitado.La realización de una fiesta, cualquiera sea el motivo: boda, cumpleaños, botaluto, bautizo, landaruto, etc., atrae a una plaga de paracaidistas, que usando diversos métodos y estilos, tratan de participar en la alegría como dé lugar. Para colmo, un paracaidista nunca va solo. Pese a no ser invitado, se da el lujo de ser dispendioso llevando a uno o más amigos.De este modo la fiesta se ve atiborrada de gente, que se divierte a costa del dueño de casa. Como para toda plaga existe un remedio, también los paracaidistas tienen un antídoto, generalmente un señor maduro, con fama de tener malas pulgas, quien, oficiosamente, se ofrece echar de patitas a la calle a todos los zampones.-No se preocupe, comadrita, de los paracaidistas me encargo yo- decía don Carlitos Cúneo, golpeándose ufano el pecho.************Existen diversas maneras de aterrizar en una fiesta:Hay algunos vergonzantes que, como gallinazos, llegan a las inmediaciones y husmean el ambiente. Asomando la cabeza por sobre los demás tratan de captar la atención de algún conocido para que lo haga entrar, para mala suerte, éste, que baila con una bella señorita, se hace el inglés.Fracasada esta estrategia, va directo al abordaje introduciéndose poco a poco, a empujones, hasta que ya está con un pie en el salón y acompaña a la música con sonoras palmadas y hasta entona un –“¡Voy a ella ¡”- ruidoso y así continua hasta que algún compadecido le pasa la botella. Bebe con avidez, luego se aventura a bailar y…¡Ya se coló en la fiesta!Algunos afortunados tienen lindas primas o hermanas, que de cajón están invitadas y por condición de la celosa madre llegan como chaperones. Otros llegan con los instrumentos de la orquesta, acomodan los atriles de los maestros para después confundirse entre los invitados y aún hay otros, más campechanos, llegan con su botella de licor y asumen que no han sido invitados porque:-“Al cumpleaños y al velorio no se invita, se llega nomás”Toda esta ralea de paracaidistas, carecen de estilo y, tarde o temprano, caen bajo el ojo avizor del don Carlitos de turno, quien, palmeándolos el hombro, los interpela:-¿Su tarjeta de invitación, jovencito?El interpelado, rojo de humillación, tiene que hacer sentido abandono, mascullando maldiciones contra la tacañez del dueño de casa y la impertinencia de don Carlitos que siempre se metía donde no lo llamaban.Entre todos, en honor a la verdad, el que se lleva la palma por su estilo pleno de ingenio es nuestro amigo Juan Cristóbal, más conocido como “Chito”, dueño de una clase verdaderamente excepcional.*************La gran fiesta celebrada por los setenta abriles de doña Eduviges en que pagaron tributo en masa todos los plumíferos del corral y los roedores del cuyero, estaba en su apogeo. Lindas damas y elegantes caballeros evolucionaban rítmicamente a los sones de la orquesta del maestro César Cruz.Los paracaidistas que casi llevan a la debacle al baile, fueron literalmente barridos del mapa por la eficacia de Don Carlitos. Los familiares y amigos departían alegremente, los brindis menudeaban y se danzaba al compás de los ritmos de moda: desde el anglosajón rock, hasta las tropicales cumbias, pasando por uno que otro chichazo.De pronto, abriéndose paso entre los circundantes, aparece en la puerta, algo picado y sonriente, el gran Cristóbal, quién con el aplomo de un tenor, inquiere a voz en cuello:-¿DONDE ESTÁ MI VIEJA…QUÉ ES DE ESA MI VIEJA?La tal vieja, la dueña del santo, el pretexto de la farra, extrañamente, estaba arrumada en la cocina como un trasto inservible. Al oírse llamar, se apersona en la sala, llena de sonrojo se adelanta a recibir el cálido y efusivo abrazo de nuestro amigo “Chito”.-¡AQUÍ ESTA MI VIEJA!- retumba, triunfante, la poderosa voz, y mirando indistintamente a ambos lados, pide:-¿QUIÉN ME ALCANZA UN VASO PARA BRINDAR CON MI VIEJA?De inmediato aparecen, como por arte de magia, varias botellas y vasos en sus manos.-¡A VER, VIEJITA, DIME SALUD! ¡QUE VIVA EL CUMPLEAÑOS, IMBECHILONES!-¡Qué vivaaaaa!- corean todos con entusiasmo (grandes aplausos)Llevando del brazo a la anciana, Juan Cristóbal se dirige al maestro de la orquesta, a quien conmina, arrogante:-¡CRUZ, TÓCAME UNA MARINERA PARA BAILAR CON ESTA MI VIEJA!El maestro, que había estado afinando sus instrumentos para atacar un ritmo tropical, replicó:-Un momentito, mi querido Chito… la señorita me ha pedido una cumbia…Como una tormenta estalla la estentórea voz de Cristóbal:-¡NADA SEÑOR… NO INTERESA… TÚ ME TOCAS UNA MARINERA Y… P U N T O!Sin alternativa, el maestro atacó los sones de la “Conch’ e perla” y, en medio de los aplausos del respetable, se ve a nuestro Chito rasqueteando el suelo y blandiendo el pañuelo por arriba y por abajo y …¡dale!...¡echa!... ¡voy a ella, que todavía lo hace!A continuación vino el huayno y por último el silulo, hasta que por fin, sudoroso y cansado, pero triunfante, nuestro Cristóbal recibe el cariño de los presentes expresado en muchas botellas de cerveza y -¡salú! ¡salú!-, todos brindan con él.Los dueños de casa lo llaman aparte, lo conducen a la cocina, y le sirven pulido plato de arroz con papa picante y un cuy entero, frito y sonriente encima. ¡Dignísimo homenaje que no ha recibido nadie en la fiesta!-¡QUE BESTIA, COMIDAZA! ¡REGALAME TU AJI, VIEJITA!- pide con toda confianza, mientras mastica.Cuando termina con la montaña que le sirvieron, pide un jarro de chicha para matar al ají y luego vuelve a la sala, en donde baila, enamora y se divierte hasta el amanecer. Al despuntar el alba, se reconstruye con un poderoso caldo de cabeza y luego, dos familiares de la santa lo llevan en “guandush” hasta la puerta de su casa.************El verdadero termómetro del éxito de un paracaidista se mide en los comentarios del día siguiente en que todos los familiares, durante el desayuno-almuerzo, comentan:-¿Vieron al sinvergüenza del hijo de don Termópilo?, por más que lo botaban, no quería salir el muy conchudo.En cambio para el estilista Cristóbal:-¡Qué simpático el joven Cristóbal, hasta lo hizo bailar a la vieja, lo que ni sus hijos se acordaron, carajo! ¿QUIEN SE OLVIDO DE INVITARLO A LA FIESTA?*********

lunes, 10 de septiembre de 2007

FOLKLORE EN CELENDIN



LAS DANZAS.-Entre las principales fiestas tradicionales que celebra el pueblo, a parte de la Gran Feria de la Virgen del Carmen, figura la de "CORPUS CHRISTI", que tiene lugar en el mes de Junio de cada año. Con motivo de esta celebración es hermoso contemplar a los diferentes conjuntos de danzantes que proceden de la zonas rurales, uno a dos días antes del día Central, adornados con vistosos disfraces que los diferencia. Llegan a la ciudad para demostrar sus magníficos bailes, canciones y alegría sin igual en honor al Cuerpo de Cristo y a cada uno de los santos que traen consigo para venerar los. PRINCIPALES CONJUNTOS.- Tenemos grupos de danzante de la "Guayabina", Santa Rosa. "Llanguat", "Cashaconga", "Candelaria", San Juan de Pumarume, "La Huaylla" actual ganador del Concurso del Domingo 9 de Setiembre y El Porvenir. Todos estos conjuntos se reunen en el Día Central en el atrio de la Iglesia del Carmen, acompañan la procesión. Después viene lo mejor....cada conjunto viene con su viejo o vieja y sus dos toros respectivamente. Es frecuente escuchar como los niños gozan zahiriendo al viejo con "viejo nariz de olluco pelao"...(escrito por el profesor Rafael Cruzado, fotos de celendintours).

LA GUAYABINA.- Cuentan que antiguamente los habitantes de un lugar denominado "Guayabas" /hoy hacienda de Limón) situado dentro de la zona rural de Celendin, veneraban la imagen de la Vírgen Inmaculada, primera patrona del pueblo. Con motivo de celebrar su fiesta con gran bullicio y algarabía, los danzantes utilizaban los frutos de la planta llamada "shilshil"; estos frutos tienen la propiedad de producir sonidos característicos. A partir de ese momento a todos los que utilizaron shil shil, los llamaron "shilicos".



Para el baile se contaba solamente con un músico, por tal motivo, éste era muy bien considerado, para él era reservada la mejor comida, la mejor bebida y la mejor.......




¡Eso sí! era un distro ejecutando la flauta y la caja al mismo tiempo.



VESTIMENTA.- Pantalón, camisa y sombrero, además como accesorios llevan un pañolón especialmente acomodado para cubrir pecho y espalda a manera de soldado en marcha de campaña; llevan en la mano un cuerno de toro que contiene aguardiente para los momentos felices que hacen olvidar las penas.



Los shilshiles van sujetos en la parte anterior e inferior de ambas piernas.

El número de danzantes es 14 incluyendo al capitán de danza y dos toros.

PASOS.- Su paso característico lo realizan en:


LA DANZA EL CAHUIDE. En la cual emplean dos pasos:


1.- Paso natural.- es cadencioso y elegante, lo realizan con un pie hacia adelante y el otro atrás haciendo figuras con el cuerno de toro.


2.- El zapateo.- es acelerado y tiene por objeto hacer retumbar los shil shiles. Simboliza el gran potencial de energía y vigor que dejó como herencia el indomable Cahuide a nuestra raza peruana; por eso, los toros son "Los Intocables"; son muy bravos.


Este conjunto también ejecuta otros pasos similares a los otros conjuntos que más adelante veremos.


CONJUNTO "CANDELARIA" DE POYUNTE.

LEYENDA.- hace algún tiempo "la lloclla" (huayco) iba a destruir el lugar que lleva el nombre de los blancos; pero, comprendiendo el peligro, la piadosa Virgen de Candelaria con ayuda de San Isidro detuvieron esta desgracia; por tal motivo, las sagradas vestiduras de estos protectores fueron mansilladas por el lodo

Dos ancianos pastores que habían visto la escena se dirigieron a la capilla para comprobar la veracidad de los hechos y se hallaron con la sorpresa de que efectivamente el lodo había alcanzado a ellos. Comprendiendo el gran favor recibido, la comunidad en general celebró con más entusiasmo y fervor religioso la fiesta de La Candelaria.